Para los Romanos el culto a los antepasados era una parte muy importante de su vida y poder recordarlos tal y cual eran, era fundamental.
De este modo, como parte de los ritos funerarios, al difunto se le ponía una capa de yeso sobre la cara, en modo que todas sus facciones quedaran estampadas en esta.
Posteriormente se llenaba el molde de yeso con cera de abeja y asi se obtenía una imagen tridimencional, una replica perfecta de la cara del ser querido.
Estas son las llamadas mascaras mortuorias, las que más adelante podian servir de modelo para realizar un busto en mármol, u otra imagen conmemorativa del difunto.
Es por esto que las imágenes de los Romanos que han llegado hasta nosotros son tan realistas y muestan incluso todas las imperfecciones de los rostros.

Los Romanos guardaban con gran devoción las máscaras de sus antepasados en el atrio de la casa, y estas formaban un verdadero arbol genealógico que servía para demostrar los origenes nobles de la familia o el parentesco con un antepasado famoso.