A inicios del siglo XVI Venezia se encontraba al máximo de su potencia y era envidiada y temida por todas las otras potencias Europeas. En ese momento venezia, a parte de su imperio marino, controlaba territorios en el norte de  Italia que llegaban casi hasta Milán, en la Romaña, le Marche e incluso en Puglia.

En 1508 Venezia invadió  diversos territorios en la Romagna, los que al menos nominalmente pertenecian a la Iglesia de Roma.

Esto fue la gota que rebalso el vaso. Como respuesta el Papa Julio II llamó a las Armas a Francia, el Reino de Napoles, el Sacro imperio Germánico y el rey de Hungría entre otros, para probar a eliminar de una buena vez para siempre el poder de la Serenísima República de Venezia,  que aún siendo un estado Católico, siempre se había mostrado poco obediente a los deseos de los Papas. El pacto de la Lega de Cambrai, largamente preparado, se firmó en gran secreto a finales de 1508. 

En un principio, las fuerzas de la Lega pretendían ocupar y repartirse la parte continental del Estado veneciano. Según los acuerdos, Maximiliano I recibiría todo el Véneto, Friuli e Istria; Francia, que ya ocupaba Milán, recibiría la Lombardía oriental; los puertos de Pulia irían a los aragoneses; el Papa recibiría las ciudades de Romaña; el Polesine pasaría al duque de Ferrara; el marqués de Mantova recibiría Peschiera, Asola y Lonato; Chipre pasaría al ducado de Saboya; y Dalmacia a Hungría.

Con el fin del invierno de 1509, los Franceses se adelantaron a los demás ya que su ejército, considerado el más poderoso de Europa, se encontraba ya acampado en las tierras del Ducado de Milán, que entonces era posesión francesa.

Tras un crescendo de actividad fronteriza compuesta de correrías, incursiones, robos y devastaciones territoriales, el 15 de abril de 1509, bajo el mando directo del rey Luis XII, los Franceces invadieron el territorio véneto, atravesando el río Adda, frontera natural y consolidada entre los territorios de la Serenísima y los del Ducado de Milán.

La ciudad de Treviglio se rindió sin sufrir un asedio prolongado.  Dejando en ella un millar de soldados de infantería con un pequeño contingente de lanceros, los franceses volvieron a cruzar el río para establecerse en Cassano d’Adda.

En esa época Venezia no tenía un sistema de reclutamiento militar y los ejércitos eran todos de naturaleza mercenaria, los que eran reforzados con reclutas campesinos de a pie, mal adiestrados y poco fiables, gente pobre que abandonaba los campos  contentos con alguna promesa de reducción de algunos impuestos y con la esperanza de algún afortunado botín.

Preparativos

El 29 de abril se celebró un consejo de guerra en el campamento del ejército veneziano en el castillo de Pontevico.  Las opiniones sobre qué hacer por parte del capitán general, el gobernador y los provveditori eran divergentes. Orsini pretendía asegurar las zonas de Brescia y Cremona capturando los castillos de Canedole y Viadana, que no tardarían en rendirse ante un ataque decidido. D’Alviano, por su parte, sostenía que debían apuntar rápidamente a Lodi y cruzar el Adda para luego amenazar a Milán. El provveditore Giorgio Corner intervino entonces, señalando lo arriesgado que era intentar capturar los dos castillos mencionados porque, por un lado, estaban bien defendidos y, por otro, los franceses podrían haber cruzado el Adda mientras tanto atacando Bérgamo o Crema, que habrían quedado descubiertas. En cualquier caso, Lodi, una ciudad defendida por un formidable castillo y con abundantes provisiones, tampoco debería haber sido objetivo. Su posición, que finalmente prevaleció, era llevar al ejército veneciano a la Gera d’Adda, capturar las ciudades en manos francesas y finalmente bloquear los intentos del enemigo de cruzar el río.

Entre el 2 y el 4 de mayo el ejército veneciano, partiendo de Pontevico, marchó a Mozzanica donde se convocó otro consejo de guerra, aún más tormentoso que el primero. D’Alviano no quiso saber nada de seguir los deseos de Orsini, que pretendía recuperar Pagazzano, Pandino, Vailate y sobre todo Treviglio antes de cruzar el Adda, por lo que abandonó furioso la asamblea y ordenó que se hicieran explanadas hasta las orillas del río.

Al día siguiente (5 mayo), el ejército veneciano capturó Vailate y Rivolta, que opusieron una débil resistencia, y d’Alviano, con su caballería y sus stradiotti, obligó a dos escuadrones de caballería francesa a retirarse a Cassano.

El 8 de mayo, los venecianos se presentaron frente a Treviglio, defendido por 1.600 soldados de infantería y 60 de caballería pesada francesa, que opusieron una breve pero tenaz resistencia, acribillando a sus enemigos con arcabuces desde lo alto de los campanarios. El mismo día, unos 600 soldados de caballería franceses cruzaron el Adda, pero fueron rechazados y obligados a retroceder hasta Cassano.

Al día siguiente, con las primeras luces del día, la guarnición se rindió después de que la artillería veneciana abriera una gran brecha en las murallas de la ciudad. A los franceses se les perdonó la vida, los soldados de infantería fueron despojados y liberados, mientras que los caballeros permanecieron prisioneros. Treviglio fue saqueada por Dionigi Naldi y, aunque se salvaron los lugares sagrados y las monjas, todos los ciudadanos varones fueron hechos prisioneros, se produjeron numerosos episodios de violencia contra las mujeres y se prendió fuego a la ciudad para evitar que los soldados se entretuvieran en el saqueo.

El 9 de mayo, el rey Luis XII se dirigió personalmente al frente y ordenó que 10.000 soldados de infantería y 2.000 de caballería pesada cruzaran el Adda aprovechando los puentes cercanos a  Cassano y se acuartelaran en Rivolta, donde se levantó un campamento fortificado con empalizadas. Los venecianos se trasladaron de Treviglio a Caravaggio e intentaron perturbar los movimientos enemigos con escaramuzas de la caballería ligera corvata. Por la noche, el provveditore Corner sufrió un cólico renal debido a la calculosis que padecía desde hacía tiempo y tuvo que abandonar el campamento, retirándose a Brescia, fue sustituido por Andrea Gritti.

El 12 de mayo, d’Alviano con 400 jinetes intentó cortar el paso a los franceses sin conseguirlo debido a la inferioridad numérica, después acampó cerca de Casirate a poco más de un bombardeo del campamento enemigo para controlar mejor sus movimientos y perseguirlos en caso de que pretendieran dirigirse hacia Caravaggio, Crema o Pizzighettone. Durante la noche se intercambiaron disparos de artillería. El 13 de mayo, los franceses capturaron Rivolta, que ofrecía una débil resistencia, y le prendieron fuego.

La Batalla.

Al amanecer del 14 de mayo, los franceses partieron de Rivolta en dirección a Pandino. La importancia de la localidad derivaba de su posición a lo largo del camino a Crema y Cremona, por donde pasaban muchos suministros venecianos: su posesión, por lo tanto, era de esencial importancia. D’Alviano salió en su persecución con soldados de caballería; tras él, el resto del ejército veneciano.

El ejército veneciano estaba organizado en cuatro batallones, uno de los cuales formaba la vanguardia, dos el cuerpo principal y uno la retaguardia. El batallón estaba compuesto por infantería (incluidos los ballesteros) y caballería, cada uno bajo el mando de un coronel.

Los comandantes de los cuatro batallones eran, por orden, Niccolò Orsini (conocido como Pitigliano), Bernardino Fortebracci, Antonio Pio y Bartolomeo d’Alviano. La vanguardia estaba formada por una división, El cuerpo central, dirigido por Fortebracci se organizó en dos columnas con la artillería en el centro, seguida de la retaguardia al mando de Antonio dei Pio da Carpi. Según algunas fuentes, d’Alviano, inicialmente en vanguardia, se dirigió hacia Vailate antes de que comenzara el enfrentamiento.

Los dos capitanes venecianos discreparon en todo momento sobre cómo afrontar la nueva situación táctica, ya que el impetuoso Bartolomeo d’Alviano quería enfrentarse a los franceses sin respetar la orden recibida. Al final se decidió avanzar hacia el sur.

Así pues, las tropas de la Serenísima marcharon desde Vailate hacia Pandino, pasando por Agnadello en una ruta de poco más de diez kilómetros. En la incierta y polvorienta carretera de la época, formaron una columna de más de cinco kilómetros. Los dos primeros batallones consiguieron llegar a las afueras de Pandino y empezaron a acampar para pasar la noche.

Aunque la localización del lugar exacto donde tuvo lugar una batalla siempre presenta muchos problemas, puede decirse razonablemente que cerca de Cascina Mirabello, en las proximidades de Agnadello, se produjo un contacto que ninguno de los contendientes había buscado. La retaguardia o cuerpo de ejército del ejército veneciano se vio comprometida por la cabeza del ejército francés formado por caballería, al mando del gobernador de Milán Carlos II d’Amboise. Lo que comenzaba alrededor de la una después del mediodía de aquel 14 de mayo, fue, una típica batalla de encuentros imprevistos que se produjeron debido a la intersección fortuita de dos masas hostiles en armas.

Fuente
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Los franceses se prepararon rápidamente para el choque colocando sus piezas de artillería ligera, y comenzaron a disparar contra la retaguardia veneciana, protegida por la caballería seguida por los infantes suizos al mando de Trivulzio. Los infantes venecianos, incapaces de responder al fuego enemigo, se pusieron a cubierto en la orilla de un pequeño río seco (quizás el Tormo) que les permitía defenderse incluso de las cargas de la caballería francesa, ya que los caballos se verían obligados a subir una pendiente que pronto se convirtió en un lodazal. Se dio orden a las piezas de artillería protegidas por el grueso del ejército de volver sobre sus pasos para apoyar a la retaguardia, pero los cañones nunca llegaron a su destino ya que, según Valier, las piezas remolcadas se dieron a la fuga. Aunque las piezas de la época tenían una precisión aleatoria y requerían complejas operaciones de reajuste tras cada disparo, por lo que su cadencia de tiro era muy baja, los venecianos, poco acostumbrados a la disciplina y a la firmeza de carácter en la batalla, fueron incapaces de soportar la presión material y psicológica del bombardeo, por lo que los cernícalos paduanos y friulanos junto con los 570 soldados de infantería al mando de Saccoccio da Spoleto cargaron en masa hacia la artillería.

El ímpetu de miles de hombres armados con pinchos, picas, alabardas y otras armas de asta típicas de la infantería popular de la época consiguió neutralizar a los arqueros y ballesteros gascones que defendían los cañones franceses, pero pronto fueron contrarrestados por la caballería pesada, que cargó contra estas unidades por los flancos, poniéndolas en serias dificultades.

Mientras tanto, el resto del ejército francés convergía en torno a Cascina Mirabello. La contraofensiva de una escuadra suiza generó una espantosa reyerta en la que hombres y miembros fueron acribillados, armas rotas y armaduras desgarradas. La masa veneciana, aún en inferioridad numérica, avanzó lentamente y con determinación, pero empezó a flaquear cuando tuvo que soportar una nueva carga de los recién llegados refuerzos de caballería pesada francesa.

En ese momento de la batalla, Pitigliano ya se encontraba en Pandino y, mientras se desarrollaban los acontecimientos, Bartolomeo d’Alviano corrió hacia él para solicitar la intervención inmediata del grueso de las tropas. Aunque era posible un apoyo rápido, su primo Niccolò respondió que las órdenes del senado veneciano eran evitar un enfrentamiento e invitó a d’Alviano a retirarse para unirse a él.

D’Alviano contravino las órdenes y regresó al campo de batalla seguido por 400 soldados de caballería pesada y miles de soldados de infantería. En su informe al Collegio dei Pregadi della Serenissima, años más tarde, diría que no había encontrado solución mejor y más inmediata que ponerse a la cabeza de sus caballos, apuntando directamente al montón, en el centro, justo al rey francés. Iniciando la carga, gritó a sus caballeros acorazados que se adelantaran a los stradiotti, la caballería ligera, y luego a todos los demás hombres armados que le siguieran en una carga de ruptura. La brillante, audaz e impetuosa operación pareció tener éxito al introducirse profundamente en las filas enemigas, la carga anterior de la infantería veneciana recobró fuerza y los cañones franceses tuvieron que retirarse a toda prisa. Los venecianos, sin embargo, pronto se dieron cuenta de que les superaban ampliamente en número y una contracarga de infantería lanzada apresuradamente por los franceses para salvar a Luis XII detuvo a la caballería veneciana, a la que, en realidad, no seguía nadie.

El ala izquierda de Antonio Pío, sometida al impacto de un escuadrón de infantería y colocada bajo el fuego de la artillería, cedió repentinamente sin ninguna motivación táctica aparente, a excepción de la compañía de Citolo da Perugia. El entrenamiento de estos campesinos era demasiado incompleto para que sus formaciones pudieran soportar la tensión y la violencia de la batalla en aquel momento. Esta formación se desmoronó y su gente empezó a huir sin rumbo. Gritti diría más tarde «quién por aquí, quién por allá». Los 360 lanceros de Giacomo Secco abandonaron inexplicablemente el campamento como pudieron, sin lanzarse a cerrar la brecha y dejando esta tarea a unos pocos stradiotti que se sacrificaron en vano. Por este episodio, el Pío será acusado de cobardía y deslealtad. Giacomo Secco será incluso acusado abiertamente de traición. No está claro si su decisión de retirarse estuvo determinada por el deseo de cumplir las órdenes de Orsini, por una falta de valor personal o si fue el resultado de un giro real. En cualquier caso, sabemos que no era ajeno a tales comportamientos y que, poco después de la jornada de Agnadello, realizó un acto de homenaje al rey Luis XII en el pueblo de Caravaggio, del que era enfeoffed.

Los hombres a caballo encontraron de algún modo la forma de escapar, pero la infantería en fuga y desbandada fue presa fácil de la caballería francesa que no dio cuartel. El resultado de esta huida hacia la izquierda fue que la infantería padovana y trevisana de las líneas centrales quedaron con sus flancos expuestos. A media tarde, bajo un violento aguacero, tuvo lugar el dramático epílogo de la batalla: la plaza veneciana fue rodeada, resistió hasta el amargo final contra fuerzas preponderantes, luego se disolvió y sus miembros fueron masacrados en su mayoría alrededor de las banderas. Bartolomeo d’Alviano fue descabalgado y herido en un ojo. El rey ordenó que no lo mataran y lo mantuvo prisionero durante cuatro años, liberándolo cuando el complejo juego de alianzas en aquellos tiempos de rápidos virajes llevó a Venecia a luchar junto a Francia.

Consecuencias

Poco antes de las seis de la tarde, el lugar del enfrentamiento era un pantano ensangrentado cubierto de cadáveres de hombres y animales, armas rotas y estandartes hechos jirones, en el que resonaban los lamentos de los heridos que pronto murieron. Todo quedó allí: enterrado y abandonado.

Es difícil aventurar un recuento de los caídos. Las fuentes casi nunca coinciden y muchos heridos, incluso entre los recogidos, mueren de septicemia en los días siguientes. No hay informes del bando francés, mientras que la cifra de 4.000 soldados de infantería venecianos no debe estar muy lejos de la realidad. Pocos, sin embargo, fueron los caballeros muertos. Entre los varios comandantes venecianos que murieron se encontraban Saccoccio da Spoleto, Turchetto da Lodi, Girolamo Granchio da Mantova y Piero del Monte. Miles de hombres se dispersaron o desertaron tras la derrota. Las levas de campesinos no comprendían los acontecimientos y, como siempre ocurre, sólo deseaban volver a casa lo antes posible.

El conde de Pitigliano había permanecido en Pandino sin percatarse del alcance de los acontecimientos. Las malas noticias llegaron allí por la noche, y la mayoría de sus reclutas ya habían desertado a la mañana siguiente. Al darse cuenta de lo insostenible de su posición, decidió retirarse hacia Venecia con Gritti y las tropas que le quedaban, abandonando todos los territorios continentales occidentales. Esta retirada se detuvo, de hecho, sólo en Mestre: ninguna ciudad de los dominios venecianos quiso acoger al ejército derrotado, tanto porque no parecía conveniente para los potentados locales en sus propios intereses del momento como, sobre todo, por el peligro de acoger dentro de las murallas a un ejército derrotado que, para hacerse de todos modos con algún botín, se habría abandonado sin duda al pillaje.

Luis XII, por su parte, habiendo reconquistado los territorios que pertenecían al Ducado de Milán y alcanzado el objetivo fijado en el momento de la constitución de la Liga de Cambrai, se detuvo en Peschiera.

http://www.warfare.it/campi/agnadello.html

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